viernes, 30 de marzo de 2012

"La culpa fue de Él" por Alberto Espinosa

Los que le conocen bien saben que lleva algún tiempo triste. Más de una tarde lo han visto
deambular sólo por las calles, alejándose del mundo, con la pena contenida en la mirada. No ha sido un buen año para él, y aún no sabe cómo va a reaccionar cuando te tenga enfrente.

En los últimos días se ha ido mirando en los espejos del recuerdo, y cada vez que alguien menciona lo que pasó aquella maldita noche, de su costado brotan oscuras lágrimas que le
hacen sentirse humano.

Asume con resignación lo que pasó. Da por hecho que nadie va a creerse su versión. Todos le hemos tildado de culpable pero hoy, cuando el calendario atraviese de dolores un viernes, se tiene prometido acercarse por tu casa, por nuestra casa, para inclinar su cabeza y detener su temple entre bastidores de disculpas.

Sabe que no estará sólo. La luz de la primavera lo acompañará hasta la puerta. El vuelo de las
palomas velará de sus sombras. Los ruegos de los vecinos le tomaran de la cintura para que no le asalten las dudas. Las sonrisas de los escolares remarcaran el camino para que las huellas no se pierdan, y la veleta del campanario, esa con la que tantas mañanas coquetea, estará mirando desde el camarín, escondida tras las cortinas.

Desde que pasó lo que pasó aquel Domingo de Ramos, apenas ha comido, apenas ha conciliado el sueño, apenas ha visitado la plaza que lleva tu nombre adosado a los adoquines, pero hoy, en tu besamanos, te desvelará el secreto y te contará por qué hizo lo que hizo.

Si tarda en llegar hasta tus plantas, no le agobies, dale tiempo, deja que llene sus alforjas de
Ti. Lleva un año sin verte, y está deseando de contarte que te hecha de menos, que la vida sin tus desvelos es menos vida, que este año se ha sacado la papeleta de sitio para no molestar al Pendón, ni a sus siete cuchillos.

No es fácil asumir la condena eterna de estar enamorado de Ti. No sabes lo que le supone encararse cada tarde con los vientos para hacer un hueco y venir a verte. No te imaginas la de veces que le ha preguntado a la Corredera si sigues siendo musa para los poetas.


El aire, a veces, tiene sus cosas, y si acarició tu talle más de lo debido aquella noche fue porque la noche estaba siendo traicionera. Él sólo quería resguardarte del frío, que tu cara de niña no sufriera más en la calle, que el relente no secara las llagas de tu Hijo, y la única manera que tuvo de hacerlo fue desclavándote algún que otro alfiler para que te llevaran pronto a casa. Pero sabe que se equivocó, y por eso no se marchará de tu capilla hasta que no le perdones.

El aire, ese amante que ronda tus embrujos, el confesor de tu sudario, el que se encela con los cirios porque éstos duermen cerquita de tu pena.

El aire, el que le dicta a la Luna versos de almíbar, el que juguetea con las mañanas de auroras, el que hace temblar la tierra cuando no alcanza a verte entre la multitud.

El aire, el que ha guardado silencio durante todo un año, y el que sabe mejor que nadie que la culpa no la tuvo Óscar, ese vestidor que engalanó tu perfil, ese vestidor que desde entonces acuna una pena en su alma, ese vestidor que sólo sintió calma cuando te tuvo a solas -para él-, en su camarín.

El aire, el que no tiene voz para hablarte, el que te habla sin levantar la voz, el que se duerme
a tus plantas entre salves y silencios.

El aire, sólo fue el aire.

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