domingo, 22 de abril de 2012

"La amarga 'chicotá' de la ingratitud" por Francisco Aleu

INFORMACIÓN JEREZ
Diego era el penúltimo de aquellos hombres que aprendieron el oficio en tiempos de semiclandestinidad, por mera tradición oral y con el testimonio vivo de su padre como únicas referencias. Los cuadrilleros no protagonizaban mesas redondas ni debates televisivos, y la gente que se metía debajo de los pasos se contentaba con no dañarse la espalda más de la cuenta, unas pesetas y una botella de vino.

Diego empezó a tocar el llamador y acabó agarrándose al martillo de una evolución costalera a la que sobrevivió a base de afición. Pasó con nota la prueba que supuso la extinción de aquellas cuadrillas de asalariados y la proliferación bajo los pasos de jóvenes desconocedores de la historia. Paradojas de la vida, fue entonces cuando empezó a ser olvidado por las hermandades que tanto habían confiado en su poder de convocatoria en momentos ciertamente complicados.

Y ocurrió que Diego debió conformarse entonces con vivir la Semana Santa desde la acera, viendo pasar ante sí los llamadores a los que tantas noches de invierno se había aferrado, cuando apenas había costaleros para completar las cuadrillas y cuando la gente se conformaba casi con salir de los pasos teniendo la garantía de poder levantarse al día siguiente para seguir trabajando.

Cuánta experiencia y oficio prematuramente desaprovechados. Cuánta ignorancia de quienes no tienen la humildad de permitir que cada cual se dedique a lo que sabe, a lo que ama, a lo que ha mamado desde pequeño. Diego, descansa en paz y perdónanos tanta injusticia. Vamos al cielo, Gorrión.

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